No sé si es producto de un exceso de imaginación pero creo que el que nace y pasa sus primeros años cerca de una playa desarrolla una afición especial a jugar con la arena para crear. Recuerdo mañanas o tardes enteras jugando con la arena en Arrigunaga haciendo presas, ríos, volcanes que echaban humo, montañas y lagos en los que imaginábamos mundos y vidas fantásticas.
La marea depositaba en las orillas palos, troncos y otros materiales que caían de los barcos, a los que nosotros dábamos una utilidad artística llena de imaginación. De jugar con la arena pasamos a jugar con el barro y así nuestro ingenio se especializó.
Accedo al conocimiento en profundidad de la escultura cuando, ya ejerciendo de médico, coincido con un escultor consagrado que tenía su taller en el mismo pueblo. Durante diez años fui un asiduo acompañante de su trabajo y con él descubrí el uso de los materiales, el modelado y las técnicas de reproducción.
Realizo escayolas y reproducciones en cementos muy fuertes a los que trato con resinas y otros baños.
Tengo oportunidad de hacer jornadas en una alfarería riojana cerca del pueblo en el que mi esposa ejercía de médico.
Cuando llegamos a vivir al campo redescubro la madera y dedico a ella mucho tiempo del poco que mi profesión me dejaba. Sigo acudiendo a aquella playa de la infancia en la que los temporales, igual que entonces, dejan inspiradoras maderas tratadas por el salitre y pulidas por el movimiento.
Cuando el tiempo y la infraestructura no me han permitido hacer esculturas, he trabajado en bocetos de gran formato con mucha aceptación en el ambiente artístico. Me atraen las composiciones ligeras y flotantes que se resuelven hacia arriba con pocos puntos de apoyo y espacios circulantes.
He trabajado a la cera figuras mágicas que participaban de una novela, para posteriormente producirlas en bronce a la cera perdida. Son muchos aspectos de mi pasión artística que me producen la inquietud de no haber podido dedicar a ello más tiempo, pero la escultura será para siempre mi mayor anhelo.
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