Acuarelas

Siempre tuve claro que para pintar con cualquier material queriendo reflejar una frescura y vivacidad que exprese genialidad era necesario adentrarse en el mundo de la pintura a la acuarela.
Como todas las disciplinas, primeramente se necesita adiestrarse en los materiales que la componen, así como su comportamiento al ser tratados con agua; y esto se refiere tanto a los papeles como las pinturas y pinceles.
Debe llegarse a excluir el lápiz para abocetar, y hacerlo directamente con algo de color en el pincel. Aquí la destreza dibujando y la precisión son fundamentales. Todo estriba en la viveza y en pintar de arriba abajo con el color bien exprimido, no a color pleno.
A la acuarela llegué por el camino de las tintas y aguadas aplicadas con pincel, tanto en estudio como en la naturaleza. Se necesita precisión y rapidez suficientes para que el efecto final tenga ese reflejo de frescura y destreza.
El titubeo en el acto de pintar a la acuarela aporta resultados nefastos porque se detecta con facilidad y, generalmente, empeora con el intento de remediarlo ya que el efecto pictórico debe subsistir luminoso y ágil.
Vivo la curiosa circunstancia de que aún conservo la caja metálica de acuarelas con la que mi padre pintó preciosas acuarelas en el pueblo francés de Tardets en 1938, donde vivió algunos años como refugiado de guerra. Sigo utilizándolas de vez en cuando y me aportan una sensación de diálogo con él, muy profunda y emotiva.
El dominio de esta técnica me permite disfrutar de ella a través de unas pequeñas e ingeniosas cajitas de acuarelas que, siendo fáciles de llevar, pueden utilizarse en los cuadernos de viaje que relleno en la montaña y recorridos turísticos. Se consiguen apuntes de una expresividad genial y son útiles para reproducciones a formato grande.