Pertenezco a una generación que ha conocido el gigantesco progreso de la fotografía, además del que día a día seguimos conociendo hasta preguntarnos por los avances increíbles de todo lo relacionado con la imagen.
En los hogares conocimos las rudimentarias cajitas gracias a las que ahora podemos recordar momentos de nuestra infancia.
Esta vertiginosa evolución además de haber conquistado el mundo de la ciencia y los descubrimientos, ha transformado nuestras vidas hasta extremos difíciles de distinguir, convirtiendo todo en historias efímeras y fugaces.
Por enseñanza de mi padre fui poco apoco haciéndome de cuadernillos en los que describía las andanzas montañeras acompañándolas de rudimentarios apuntes al natural.
La persecución implacable de la fotografía me ha llevado a dedicarme de una manera más regular a confeccionar lo que se conoce como cuadernos de viaje; que vienen a ser la síntesis gráfica de un experiencia con posibilidad de recordarla con las impresiones personales de aquel momento y poder vivir sensaciones y emociones que de otro modo permanecerían ocultas para siempre.
Yo comparto la idea de que una foto es «una instantánea» y un apunte gráfico «es un momento». He escrito y dibujado desde un barco costeando la costa vasca hasta en cimas y geografías de otras tierras y estos cuadernos los conservo con mimo porque se han convertido en parte fundamental de la memoria.
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